Alcanzar el silencio interno es el prerrequisito para todas las cosas que hemos delineado en esta elucidación. Don Juan nos enseñó que el silencio interno debe obtenerse por medio de la firme presión de la disciplina. Dijo que el silencio interno tiene que acumularse o guardarse, poco a poco, segundo a segundo. En otras palabras, uno tiene que forzarse a estar callado, aunque sea sólo por unos segundos. Don Juan aseguraba que si uno es persistente, la perseverancia vence el hábito, y de esta manera, se llega a un umbral de segundos o minutos acumulados, un umbral que varía de persona a persona. Por ejemplo, si para un individuo dado, el umbral del silencio interno es de diez minutos, una vez que llega a este límite, el silencio interno ocurre por sí mismo, espontáneamente, por así decirlo.
No hay manera posible de saber cuál es nuestro umbral individual. La única manera de saberlo es practicándolo. Esto es, por ejemplo, lo que me ocurrió a mí. Siguiendo la sugerencia de don Juan insistí en forzarme a mantenerme callado y, un día, mientras caminaba en la universidad de California, desde el departamento de antropología hacia la cafetería, alcancé mi umbral misterioso. Supe que lo había alcanzado porque, en un instante, experimenté algo que don Juan me había descrito extensamente; lo llamaba parar el mundo. En un instante, el mundo dejó de ser lo que era, y, por primera vez en mi vida, fui consciente de que estaba viendo energía tal y como fluye en el universo. Tuve que sentarme en unos escalones de ladrillo, pero supe que lo hacía sólo a nivel intelectual, a través de mi memoria. Experimentalmente, estaba sentado en energía. Yo mismo era energía, al igual que todo lo que me rodeaba.
Me di cuenta entonces, de algo que me aterrorizó, algo que nadie podía explicarme excepto don Juan; tuve conciencia de que, aunque estaba viendo energía tal y como fluye en el universo por primera vez en mi vida, había estado viendo energía tal y como fluye en el universo durante toda mi vida, pero no me había dado cuenta de ello. La novedad no fue ver energía tal y como fluye en el universo. La novedad fue la pregunta que surgió, con tal furia, a raíz de esto, que me hizo regresar al mundo cotidiano. ¿Qué es lo que me ha impedido darme cuenta de que he estado viendo energía tal y como fluye en el universo toda mi vida? me pregunté a mí mismo.
Don Juan me lo explicó haciendo una distinción entre nuestra conciencia general y el estar deliberadamente consciente de algo. Dijo que nuestra condición humana es poseer esta conciencia profunda, pero que todos los ejemplos de esta conciencia profunda no se encuentran al nivel en que podamos estar con toda deliberación conscientes de ellos. Dijo que, cumpliendo con su función, el silencio interno había cubierto este intervalo y me había permitido darme cuenta de cosas de las que, solamente, había estado conciente en un sentido general.
Carlos Castaneda, El Silencio Interno